jueves, 12 de noviembre de 2009

Amanece

Esta vez no erraré el tiro adrede aprovechando la impunidad del pelotón de fusilamiento.
Lo he decidido al reconocer entre los prisioneros al poeta que llegó a Madrid para eclipsarnos con sus metáforas imposibles y sus triunfos teatrales.
La guerra me ofrece ahora la oportunidad del desquite.
—¡Apunten!
Apenas tengo tiempo de pensar en lo absurdo de su vida: regresar de América para ser ajusticiado aquí como un perro.
—¡Fueeego!
Los prisioneros caen muertos. El poeta, también.
Me cuelgo el fusil al hombro y regreso a Granada deseando que a su poesía le suceda lo mismo que a su cadáver, que quede enterrada en el olvido.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, muy conciso, elegidas las palabras con mimo. Me gusta que digas muchas cosas sin nombrarlas. Y eso es un valor a tener en cuenta. No es fácil.
    Bravo, Antonio.

    ResponderEliminar
  2. Quise contar una historia de odio y envidia en cien palabras. Eso me obligaba ineludiblemente a ser conciso. Me alegro que te haya gustado. Gracias.

    ResponderEliminar