jueves, 26 de noviembre de 2009

Mañana quizás

Para que no se enteren de que me he marchado hace tiempo, continúo desayunando junto a mi mujer y mis dos hijas, acudo puntualmente al trabajo, mantengo mi actitud cómplice con respecto a los desatinos del redactor jefe, almuerzo cuscús o kebab en cualquier sitio para no perder tiempo y me detengo en un bareto donde venden alcohol a escondidas antes de regresar a casa. Todo, pues, seguirá igual hasta el día que reciba la orden. Entonces me ataré mi propio desconcierto a la cintura, saldré de casa sin despedirme para evitar que en el último momento un abrazo me delate y me dirigiré al lugar más concurrido del mercado.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Pyongyang

“Esta vez no erraré el tiro”.
—Aquí la gente es feliz, ni mata ni se suicida —dijo el censor—. Imposible publicar su novela.
La negativa continúa resonando en los oídos del escritor mientras regresa a casa. Hace años que la escasez dejó sin luz las calles. Y los edificios, excepto los gubernamentales.
El retrato del Líder está en todas partes. En la casa del escritor, también. Es obligatorio.



Al llegar, nadie le recibe. Cena, pues, solo. Bebe hasta emborracharse. Entonces decide que esta vez no fallará el tiro, no mientras sea capaz de empuñar el arma cuyo cañón le está desgarrando el velo del paladar.

Amanece

Esta vez no erraré el tiro adrede aprovechando la impunidad del pelotón de fusilamiento.
Lo he decidido al reconocer entre los prisioneros al poeta que llegó a Madrid para eclipsarnos con sus metáforas imposibles y sus triunfos teatrales.
La guerra me ofrece ahora la oportunidad del desquite.
—¡Apunten!
Apenas tengo tiempo de pensar en lo absurdo de su vida: regresar de América para ser ajusticiado aquí como un perro.
—¡Fueeego!
Los prisioneros caen muertos. El poeta, también.
Me cuelgo el fusil al hombro y regreso a Granada deseando que a su poesía le suceda lo mismo que a su cadáver, que quede enterrada en el olvido.